domingo, 28 de marzo de 2021

Memorias de mi Puebla, por Javier Ruperez

 Hola a todos. 

Al inicio de esta nueva andadura estaba buscando noticias y contenidos relacionados con Puebla de Almenara, viendo de qué se podría hablar. 

Y en esa búsqueda encontré una noticia relacionada con un Javier Rupérez sobre un nuevo libro que había escrito y que se acababa de publicar: Las crónicas de la pandemia

[Información y entrevista sobre el libro]

Siempre ha sido una figura que me ha llamado mucho la atención, no solamente por su gran actividad y dedicación pública...  si no porque siempre he oído hablar bien de él en el pueblo. 

El caso es que me decidí a buscar una forma para poder contactar con él y ofrecerle la posibilidad de participar en este blog. 

Mi sorpresa llega cuando el ofrecimiento, encuentra respuesta....   tengo más correos enviados que recibidos, por eso valoro tanto las colaboraciones o las propuestas de temas. 

Hoy tengo la oportunidad y el privilegio de compartir con todos vosotros los recuerdos de Puebla de Almenara compartidos por Javier. Espero que os gusten: 

Eutiquio, director de banda.

Eutiquio se llamaba. Era corto de estatura, fino de cara, rizado de pelo, amable ,aunque reservada, disposición.

Dirigía la banda de música de La Puebla de Almenara cuando yo apenas entraba en la adolescencia. Y en aquellos tres meses largos de nuestras vacaciones adolescentes en el pueblo, marcados por el calor, las moscas y el polvo de la interminable trilla, encarnaba para mi un anhelo que nunca, ni ahora mismo, dejé de añorar: tener en mis manos una leve y afilada batuta de madera de caoba para conducir, en el sentido mas noble de la palabra, los sonidos de un conjunto instrumental. Luego su trayectoria tuvo, mucho más tarde, otras derivaciones, cuando La Puebla de Alemana en vez de tener sólo una banda llegó a tener dos, que no sólo competían por la calidad de los sonidos sino también, en una obscura y complicada maraña de intereses que nunca llegué a entender bien, por la predominancia en la breve sociedad local. Y entonces Eutiquio, que ya no era el de mis años mozos, decidió volver a empuñar el bastón al que años antes habia renunciado para intentar reverdecer sus laureles y con ello mirar de frente al que una parte del pueblo consideraban un intruso en la materia, de nombre Graciano y ánimo expansivo y popular. Pero esa es otra historia en la que prefiero no insistir, que bastantes son ya las precauciones que recibo de conocidos y amigos locales para que me abstenga de indagar alli donde, me dicen con énfasis, nadie me llama.

Porque, en cualquier caso, el Eutiquio de los años cincuenta del pasado siglo era, en mis silencios admirativos, la encarnación del sublime arte que encerraban los pentagramas. Y cuyos secretos conseguían desvelar gentes casi tan jóvenes como yo que con el trombón, el clarinete o la trompeta en la boca, que aquello era una formación exclusivamente de viento, formaban el tapiz imprescindible para las fiestas religiosas y profanas de la localidad. Era sobre todo en torno al mes de Septiembre, cuando corresponde la celebración de los fastos de la Virgen de la Misericordia, el momento cumbre de su participación pública, bien visible en la procesión que con la imagen de la Virgen al frente recorría las calles del pueblo, acompañando a la imagen en su paseo hacia la Ermita, interpretando aires sacros y profanos bajo los árboles de la esplanada que rodea la pequeña y bella construcción o, al final del dia, ya de noche y de vuelta en el pueblo, en la Plazuela del Conde, bajo la luz temblorosa de las lámparas de gas y sobre una superficie arenosa a la que todavia no habia llegado el asfalto, ofrecer a la ciudadanía local la ocasión de compartir un rosario de partituras, bailables y de las otras, que alternaban ritmos populares, tangos, bolero jotas e incluso atrevidas y no siempre bien afinadas incursiones en aires clásicos.

No era Eutiquio mi única referencia musical en el pueblo. Lo era tambien Cesáreo, el sacristán, al que nunca abandonaban la corbata, el chaleco, la corbata y la leontina del reloj que colgaba de su cintura y que era un maestro consumado del armonio parroquial. Del que habitualmente arrancaba piezas sacras y piadosas pero frente al cual, en momentos litúrgicos solemnes, se atrevía con el Allegretto de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Yo tenía por costumbre, vestido de la punta en blanco con que mi madre me arreglaba, ayudar en la misa mayor de los domingos que oficiaba Don Modesto y recuerdo con emoción espiritual y terrenal los sonidos del genio germánico sonando bajo las gloriosas bóvedas parroquiales. Pero tambien recuerdo la nada leve reconvención del cura al sacristán por interpretar en momentos sacros músicas profanas. Claro que tuvieron que llegar a un cierto compromiso: la audiencia quería más Beethoven y menos “corazón santo” y el arreglo se impuso: himno nacional para la consagración, estrofas piadosas para el comienzo y tras la comunión, y un tanto del compositor extranjero tras el Evangelio y el sermón. Un buen arreglo.

Pero Cesáreo se quedaba en la iglesia y tras el armonio y Eutiquio llenaba mis emociones, y supongo que las de buena parte del pueblo, de una manera mucho más directa y continuada. Yo bajaba en bicicleta a la Plazuela del Conde las noches de la fiesta, bajo la estricta instrucción familiar de volver pronto a casa, y contemplaba embelesado las interpretaciones de la banda de Eutiquio, que se había quitado la chaqueta pero no la gorra jalonada de viejos hilos

plateados. Una buena parte del concierto estaba inevitablemente dedicado a los bailables, entre los cuales, y según me dijo el mismo Eutiquio un dia, eran en lo fundamental producto del ingenio de un tal maestro Penella, que entre otras piezas habia compuesto el inolvidable “Gato montés”. Pero según he podido reconstruir más tarde, cuando ya sabía algo más del tema y menos de las emociones, no faltaban los sones del “Mercado Persa”, o de los tonos patrióticos de John Philip Sousa, el americano por excelencia, o incluso aires de la gloriosa “Verbena de la Paloma”. Y al final, cuando el  polvo inundaba la Plazuela, el “Petromax” de turno mostraba un cierto agotamiento, el sudor cubría las frentes de los músicos y el cansancio recorría los cuerpos y las mentes de la concurrencia, recurrí primero con timidez y luego sin pararme en mientes a susurrar en el oído del director, “y ahora, Eutiquio, por favor, “El sitio de Zaragoza””. Lo habia oído la primera noche en que participé de la festiva ocasión. Confieso lo inconfesable: me produjo tal transida emoción que ni en aquellas primeras noches de mis experiencias musicales ni en todos los años subsiguientes en que todavia pasé los tiempos veraniegos en La Puebla de Almenara, y mientras Eutiquio estuvo al frente de la banda, dejé de hacerlo:” Y ahora, Eutiquio, por favor, “El sitio de Zaragoza””.

Ahora, y siempre, he recordado a menudo aquellas escenas de un pueblo que es ya casi por completo otro, porque los bailables los dirigen grupos de rock pasados de decibelios, el suelo ya no es el pajizo y polvoriento de tiempos cuando las calles no tenian asfalto, los agricultores no conocían las máquinas cosechadoras , la recolección eran dos meses de polvo, calor y paja y el “petromax” hace tiempo que cedió su lugar a una electricidad a veces algo caprichosa pero electricidad al fin y a la postre, y tantas otras cosas. Y lo recuerdo, y seguramente conmigo alguno más de los que conmigo comparten años y quintas, no tanto porque tenga ninguna nostalgia del pasado ni menos porque a él quisiera volver, sino porque la magia sonora y artesanal del aquel “Sitio de Zaragoza” transmitía una verdad inmediata, un gusto por reencontrar, seguro que sin saberlo, la armonía justa de las esferas, en momentos para mí siempre dignos de recordación y encomio. Pena fué que tiempos más tarde se perdiera en propuestas más inmediatas y menos trabajosas.

Sin transit gloria almenariensis.

Javier Rupérez

Desde aquí dar las gracias a Javier por aceptar la loca idea de un loco que de pronto le manda un correo y haber participado en este blog y comunidad con algo tan valioso como los recuerdos. 

Muchas gracias, y espero que os guste a todos. 

Saludos.

 

1 comentario:

Unknown dijo...

Magistral a mí también me cautivo Puebla de Almenara